20 diciembre, 2013

No es un hasta luego.

Esta vez no hubo beso de "buenos días", solamente se levantó de mi lado y colocó cuidadosamente las sábanas. Su ropa interior tirada alrededor de la cama, la fuiste recogiendo y doblando. No paraba de dar vueltas alrededor de la habitación, buscando todo lo que necesitaba. Sin embargo, a mi no me buscaba. Titubeando le dije que viniera y me diera un abrazo. Me abrazó con toda su fuerza, depositando sus huellas dactilares en cada vértebra de mi espalda. Derramó mil lagrimas, y todas acariciaron mi cuerpo estremecido. Eran recuerdos penetrando y acuchillando mi piel. Lo que me hizo inhalar hasta amarrar  mi corazón e impedir su bombeo, fue la tristeza. Tristeza porque ese abrazo era una despedida y no un "hasta luego". Y así fue. Separó cada parte de su cuerpo del mío, y dejó posada su mano en mi rostro, tornando sus labios para decir algo que se quedó en un mísero silencio. No dijo nada, como siempre. Nunca partidario de utilizar palabras para transmitir sentimientos, porque pueden causar más daño del necesario. Se levantó y cerró su maleta, y sin girar la cabeza, tomó el camino de ida y no retorno. ¡Pero si no me ha guardado en su maleta! Soy eso que siempre se te olvida cuando te vas de viaje, que parece imprescindible cuando te das cuenta que lo has dejado atrás, pero que realmente puedes seguir tu ruta sin él. Y esto es porque todo lo que se te olvida, en el fondo, poca importancia tiene ya.

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