13 abril, 2013

Regresa a casa.

Deja de imaginarte la luz al noreste del camino y da medio vuelta. Aqui está tu estrella. Yo seré sol para que tú, luna, deslumbres a todos a tu alrededor. Olvida, borra por un segundo todas las equivocaciones pasadas que rajaron el diamante de tu izquierdo pecho. Y utiliza esa minucia de tiempo para aferrarte a toda la felicidad que compartimos, que nos dimos. Recuerda nuestras primeras palabras, lo primero que te dije. Piensa en por  qué decidiste quedarte en mi vida. Busca en el fondo de toda esta marea negra que te atormenta. Sonríe por los momentos en los que llorábamos de risa, en los que la mirada era la mensajera de nuestros pensamientos. A veces los pecados nos invaden, y las escusas y los perdones se reiteran demasiado. Tanta rabia a los perdones y a los gracias. Son dos acciones fundamentales, que como tal no deben ser puestas en boca sino en actos. Sin embargo, fue todo al revés. No quiero rememorar el porqué, pero mi conciencia no para de tener grandes y conflictivas charlas conmigo. Hace meses le hablaba al silencio, pero creo que he aprendido a escucharle. Desprende tanta sabiduría y tiene tanta razón. Por eso te pido que te abraces a los buenos recuerdos. Mi oido ha aprendido a escuchar, tanto lo bueno como lo malo. Asi que, por favor, regresa. Vuelve a casa, a nuestro hogar. Donde creamos una vida de confianza, complicidad y cariño. Volvamos a ser una unidad familiar. Te necesito más que a mi orgullo. Lo he encerrado para momentos de emergencia. Por fin solamente estoy yo. A la que conociste. Mi puerta está abierta, y el pasillo está inundado de velas, para que al mirar atras veas la luz verdadera. Ahi está nuestro hogar. Te esperaré hasta que el frasco de esperanza se lo beba el tiempo.

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